Por Yulieth Camacho Ortiz
“Todo es inútil si el último
fondeadero no puede ser sino la ciudad infernal, y allí en el fondo es donde,
en una espiral cada vez más estrecha, nos suerbe la corriente”.
Italo Calvino “Las ciudades invisibles”.
Italo Calvino “Las ciudades invisibles”.
Hace
unos años cuando la cultura campesina aún era tan imponente en un departamento
como el Quindío, se observaba la cualidad majestuosa que guardaban las fincas y
sus particulares formas de expresar sentimientos, que junto a la maravillosa
naturaleza bañada en cultivos de café le daban un sorprendente valor a lo que
hoy llamamos paisaje cultural cafetero.
La
fonda es uno de esos rasgos de la costumbre cafetera que genera identidad
gracias al estilo que contempla la estética de nuestros colonizadores. Hoy son
muchos los recuerdos que se vienen a la mente cuando nos hablan de aquellos
lugares que significaban el paseo de familia y la vista esplendorosa de
curiosear sus paisajes.
Una
fonda es un negocio que está ubicado estratégicamente en el cruce de los
caminos y las carreteras principales, es un punto de referencia espacial para
identificar las veredas, las fincas y las familias, sus dueños que son quienes
las atienden manejan información de todas las personas que por allí
transitan. Aquí se encuentran las
tradiciones compartidas entre lo rural y lo urbano, por un lado se vendían los
productos básicos que las personas compraban en el pueblo y que son
indispensables para la labor rural, que mezclada con la música guascarrilera,
los tangos y la venta de licor ilustraban la alegría de la reunión infrecuente
que hacia una hibridación entre lo tradicional y lo moderno.
Describir
estos lugares resulta bastante interesante, tanto su arquitectura como su
imaginario comprenden una serie de abstracciones que dan sentido a la imagen
que nos planteamos sobre la fonda. Es una casa que guarda relación con diseños
que permanecen o que reproducen las formas de la arquitectura tradicional
antioqueña, de amplia extensión cuyas puertas y ventanas sobrepasan la mitad de
su altura, cuyos rincones están decorados con elementos viejos como vitrolas,
lámparas, vasijas, pilones; y algunos tan particulares y excéntricos como los
aperos de caballos y mensajes tan jocosos escritos en materiales tan ásperos
que hacen alusión a lo que podríamos llamar un “grafiti autóctono”. Una fonda
se caracteriza porque en ella predominan los colores naranja y verde que
representan la costumbre cafetera en su más vigorosa esencia.
Para
esta época las familias campesinas conservaban plenamente sus costumbres; su
forma de hablar y vestir eran tan espontaneas y sencillas que uno pensaría que
era casi paradójico que se produjera un cambio puesto que para muchas familias
el día sábado comprometía el viaje al pueblo a hacer sus mercados.
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en este lugar es un viaje apasionado a los años en los que la alegría salía a
flor de piel, la memoria revive los acontecimientos más fugaces convertidos en
recuerdos, la riqueza de las costumbres campesinas expresa sentimientos que
responden a los más sinceros síntomas de sentirse como en casa. Se puede sentir
la exaltación que provocan los olores que despoja una bestia amarrada, la
suciedad que envuelve al campo con su tierra y aire con esencia labradora, el
olor al café seco, lugar donde las personas de avanzada edad no cambian su
rutina adormecedora, quizá por lo placentero que encarna la costumbre envuelta
en la nauraleza, lástima que la situación actual del café ya no les brinde los
recursos que les permita trascender la rutina originada en su infancia y tienen
que buscar otra forma para sobrevivir a éste triste emplazamiento.
Aquí
el pasado y su melancolía resulta inevitable por ser la base de una cultura que
vive en el presente con la nostalgia de desprenderse de una historia llena de
remembranzas.
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