jueves, 12 de diciembre de 2013

La fonda, una cultura arraigada

Por Yulieth Camacho Ortiz

“Todo es inútil si el último fondeadero no puede ser sino la ciudad infernal, y allí en el fondo es donde, en una espiral cada vez más estrecha, nos suerbe la corriente”.     
 Italo Calvino “Las ciudades invisibles”.






Hace unos años cuando la cultura campesina aún era tan imponente en un departamento como el Quindío, se observaba la cualidad majestuosa que guardaban las fincas y sus particulares formas de expresar sentimientos, que junto a la maravillosa naturaleza bañada en cultivos de café le daban un sorprendente valor a lo que hoy llamamos paisaje cultural cafetero.

La fonda es uno de esos rasgos de la costumbre cafetera que genera identidad gracias al estilo que contempla la estética de nuestros colonizadores. Hoy son muchos los recuerdos que se vienen a la mente cuando nos hablan de aquellos lugares que significaban el paseo de familia y la vista esplendorosa de curiosear sus paisajes.

Una fonda es un negocio que está ubicado estratégicamente en el cruce de los caminos y las carreteras principales, es un punto de referencia espacial para identificar las veredas, las fincas y las familias, sus dueños que son quienes las atienden manejan información de todas las personas que por allí transitan.  Aquí se encuentran las tradiciones compartidas entre lo rural y lo urbano, por un lado se vendían los productos básicos que las personas compraban en el pueblo y que son indispensables para la labor rural, que mezclada con la música guascarrilera, los tangos y la venta de licor ilustraban la alegría de la reunión infrecuente que hacia una hibridación entre lo tradicional y lo moderno.

Describir estos lugares resulta bastante interesante, tanto su arquitectura como su imaginario comprenden una serie de abstracciones que dan sentido a la imagen que nos planteamos sobre la fonda. Es una casa que guarda relación con diseños que permanecen o que reproducen las formas de la arquitectura tradicional antioqueña, de amplia extensión cuyas puertas y ventanas sobrepasan la mitad de su altura, cuyos rincones están decorados con elementos viejos como vitrolas, lámparas, vasijas, pilones; y algunos tan particulares y excéntricos como los aperos de caballos y mensajes tan jocosos escritos en materiales tan ásperos que hacen alusión a lo que podríamos llamar un “grafiti autóctono”. Una fonda se caracteriza porque en ella predominan los colores naranja y verde que representan la costumbre cafetera en su más vigorosa esencia.

Para esta época las familias campesinas conservaban plenamente sus costumbres; su forma de hablar y vestir eran tan espontaneas y sencillas que uno pensaría que era casi paradójico que se produjera un cambio puesto que para muchas familias el día sábado comprometía el viaje al pueblo a hacer sus mercados.

Hoy somos conscientes y hemos aprendido a contemplar esos rasgos coloniales dentro de la ciudad; cada vez son más las fondas urbanas que inspiran ese ambiente nostálgico de lo rural, aunque su funcionamiento está ligado a negocios de comidas típicas acompañadas de música folclórica o como es común, las que funcionan exclusivamente como sitios para ingerir licor, donde la música (ritmos como tangos, rancheras, boleros y música de carrilera) es el acompañante ideal para despedir los amores imposibles y marcar la pauta a parejas de enamorados.

Entrar en este lugar es un viaje apasionado a los años en los que la alegría salía a flor de piel, la memoria revive los acontecimientos más fugaces convertidos en recuerdos, la riqueza de las costumbres campesinas expresa sentimientos que responden a los más sinceros síntomas de sentirse como en casa. Se puede sentir la exaltación que provocan los olores que despoja una bestia amarrada, la suciedad que envuelve al campo con su tierra y aire con esencia labradora, el olor al café seco, lugar donde las personas de avanzada edad no cambian su rutina adormecedora, quizá por lo placentero que encarna la costumbre envuelta en la nauraleza, lástima que la situación actual del café ya no les brinde los recursos que les permita trascender la rutina originada en su infancia y tienen que buscar otra forma para sobrevivir a éste triste emplazamiento.

Aquí el pasado y su melancolía resulta inevitable por ser la base de una cultura que vive en el presente con la nostalgia de desprenderse de una historia llena de remembranzas.

        

                                  

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